Desnudez


Bajo por el ascensor. Cruzo la puerta del edificio. Camino dos cuadras hasta la parada de colectivos. En el último tramo (tres o cuatro porteros en simultáneo inundan las veredas) me doy cuenta de que estoy desnudo. No digo completamente desnudo. Hay algo de mí que visiblemente está desnudo (hay gente que pasa en diferentes direcciones y a diferentes velocidades esquivando baldosas húmedas y restos de excremento). Repaso. Tengo los zapatos, unos pantalones, camisa. El reloj. Pestañeo alternadamente con cada ojo para corroborar mi agudeza visual. La billetera, las llaves, el celular. Sobre mi hombro izquierdo cuelga un bolso, hay dentro un guardapolvo, un estetoscopio, un sello y al menos una lapicera. Vuelvo a repasar (la desnudez se atenúa pero no desaparece). Me miro los tobillos, los botones de la camisa, las medias. En el colectivo miro las prendas de otras personas (me sorprende ver que, algunas, parecen sentirse tan desnudas como yo). Una vez en el hospital, me olvido de mi desnudez. Los colegas, los pacientes, las recetas, me hacen olvidar de mi desnudez (caminamos en senderos prestablecidos mientras nos decimos hola, buen día y hasta mañana). A la vuelta voy de compras, luego el horario para cenar y luego la televisión. Ya cansado, cerca de medianoche, me baño. Me recuesto sobre la cama. Me miro, unos segundos antes de dormirme, y vuelvo a darme cuenta de que estoy desnudo.

Buenos Aires, diciembre de 2014

Hoy siento decirte algo
Más allá del reloj y del café con leche
Más allá de la costumbre, las gracias y los de nada

Algo que supere la aritmética de estos cuatro años, o sea
Algo más parecido a nuestra amistad
A tu voz firme y sincera
Algo que sea inglés y también victoria ocampo
Algo cerca del cine o la catedral
Algo como caminar o tomar té en la madrugada

Siento decir lo que se ha escrito
Lo que se sueña o se huele o se extraña
Con lo difícil que es soñar a los veintinueve años
Y en esta ciudad de circos tristes

Quiero darte palabras jóvenes, guerreras y libres
Inocentes y heráldicas
Que sobrevivan domingos, polvo y materia

Quiero que estés en mi vereda, escondidas y tiza
Casero, simple y país
Atardecer, raíz y belleza 

Caja de pandora


Quién nos mantendrá a salvo del odio, del odio disfrazado, del odio musgo, en este tiempo de urgencia al suicidio, de miedo a la soledad, al abismo de la soledad. Pero esta noche es blanca, somos un engranaje perfecto, inmaculado, como años de palabras en un café. Es dulce sentirlo e inevitable pensar que el odio vendrá de todos modos, el odio humo, el odio inmarcesible. Quién nos salvará de la fragilidad en las manos, de la cobardía, de la inercia. Quién nos salvará del espanto. Evitamos mutilarnos los ojos, rechazamos la locura, nos dejamos arrastrar por la saliva inerte. Habrá que respirar hondo, habrá que gastarnos las lágrimas. Pero esta noche te vi fuerte, fraternal, reverdecido en tu búsqueda, sin espejos ni coreografías.


escena



(una plaza.
a su alrededor, erguidos, elementos inmóviles repiten las líneas horizontales y verticales del tablero: las fachadas de los edificios, sus balcones, sus ventanas.
dos semicírculos de caminantes se intersectan rodeando la plaza. movimiento que no es movimiento porque es estable, movimiento que permanece, movimiento que no sirve. movimiento de voces, pasos y monedas. movimiento atraído por lo inerte.
en otro plano, el movimiento busca la belleza: los acordes de un arpa nacen entre las mismas voces, monedas y pasos, se elevan por momentos, para retornar luego a las voces, las monedas y los pasos.                                                                                                            
un estrépito de aplausos.     
una figura se dobla en una reverencia que se repite hacia los cuatro puntos cardinales, hacia los cuatro lados del rectángulo inmóvil.
una estatua: movimiento encerrado en lo material.
una catedral gótica con su imponente rosetón: la belleza encerrada en la piedra.
no necesariamente artistas, sentados en los bordes del paralelepípedo, o en alguna terraza o balcón, intermediarios de la belleza: un rostro que lee y mira intermitentemente hacia arriba, una mujer que suspira, un hombre que espera).
               

                                                                                                                                                 Plaza de Sant Josep Oriol, 9 de octubre de 2013

¿por qué nos gustan tantos los puentes?


Fabricar recuerdos. “Crear lazos”, le dijo el zorro al Principito. ¿Pero para qué? ¿Y si no? Una tardecita, hablando con un vendedor de la plaza du Tertre, me dijo que hay pasadizos en París. No voy a dar detalles. Pero supónganse que uno va caminando por Saint-Germain des Prés y aparece en el Boulevard de Sébastopol sin haber visto el Sena. Un pasadizo en Jardin du Luxembourg pero que uno sólo puede hallarlo, indefectiblemente, en la tercera visita. Por eso digo que las ciudades son inasibles. No nos alcanzarían las hipérbolos y oximorones para ver todas sus caras. Una torre de Babel quizás. Y de nuevo: ¿para qué? ¿Es necesario perseguir el Aleph? Fabricar recuerdos, crear lazos. ¿Por qué necesitamos fabricar recuerdos? (Todo es tan claro siempre en la ducha y ahora frente al papel…) La huella es un puente y los puentes nos seducen. Nos justa volver. Nos gusta el pasado. Nos gusta, también, trascender. Algo parecido a los pasadizos secretos de Paris: los puentes. Entonces, ¿por qué nos gustan tanto los puentes?

perdido





camino
me pienso con tu cara
con tus gestos
escucho mis palabras con tu voz
con tus pausas
con tus mismos ademanes insondables

salgo
abarrotado de vos
a buscarme

arte poética





el poeta
permeable al universo pero
solo
con su espíritu escribiente
dicta un prepoema
créanme
ese prepoema no es
nada
hasta el más necio de los necios
puede hacerlo trizas en el piso
sólo la mirada del lector
lo salva de la destrucción

vivir de siete a ocho

...
...
...Un hombre tiene que levantarse a las ocho. Por una de esas, se despierta a las siete. Intenta domirse pero claro, como tiene sólo una hora para volver a conciliar el sueño, no puede. Esta todo el tiempo pensando que va a sonar el despertador, revisa con la mente el itinerario de acciones que tiene por delante hasta cerrar el picaporte de su casa e irse. Y ese pensar constante no lo deja disfrutar, o sea dormir. Empieza a desear que por fin se hagan las ocho.
...Resulta que por una de esas, las ocho no llegan nunca, y nuestro hombre cae en la cuenta, muchísimo después, de que se ha pasado toda la vida en duermevela.

despedirse


...
Finalmente llegó el momento del viaje en el que el hogar empieza a llamarnos, muy sutilmente, como las campanadas de la iglesia. Como si no cabiera más sol en la piel y el lugar de origen empezara a hacer tironcitos en la correa, pero con la bondad de una madre despertando su hijo.
Ya compramos los últimos souvenirs, recorremos los puestos de artesanos con cierta nostalgia anticipada, como si quisiéramos borrarnos despacio de aquellas calles de arena y aire salado.
¿Qué era entonces lo que me costaba dejar, de qué me costaba despedirme? Caminaba despacio con esta pregunta en dirección al departamento, cuando sentí su aliento de espuma reclamando presencia. ¡Ahí está!: me costaba despedirme del mar, de ese pariente que venimos a visitar todos los años, de ese pariente que otros tienen lejos o aún no conocen. Y esta expresión no tiene un sentido metafórico, porque de alguna manera todos venimos del mar, todos pertenecemos al mar, como si él nos hubiera concebido, llevamos su aliento de espuma en los huesos.

...
..

esta mañana
no es nada
sin anoche

¿vivimos
para tener el recuerdo
de haber vivido?
¿vivimos
en la contemplación
del presente?

sólo se vive
con ojos de niño

esta mañana
invierno escondido entre las hojas
vuelo musical de pájaros
el sol parece una playa
y respiro un sueño de sal
con los oidos

esta mañana
no es nada
sin tu recuerdo

..
el silencio
mantra
las alas inmóviles

entre las cuentas de un rosario
un scat
hundir la cuchara
el primer contacto
con tu lengua

antes de la primera nota
te importa un carajo
que el mundo se caiga a pedazos

solo vos
y la hoja en blanco

ahí vienen
no hablés
ahí
los ojos cerrados en la ducha
ahora no hay mas remedio
ahí están las palabras

papeles y libros abiertos

..
Siempre quise contemplarte mientras dormías. Siempre creí que las actitudes que se adoptan durante el sueño (el rostro, la posición del cuerpo), al estar desprovistas de la máscara de la voluntad, son manifestaciones singulares. Ahora que estás a mi lado, que tu cuerpo es una estatua de la que me privo de tocarla por miedo a que desvanezca, comienzo a descreer de mis convicciones acerca de la imposibilidad de asir la felicidad; este instante prescinde del tiempo: nada ha ocurrido antes y nada ocurrirá después. Pero pronto percibo la falta: mis besos ya no me bastan y necesito una boca más grande para poder comerte de un bocado.
Es verdad que cuando nos abrazamos siento que tu cuerpo y el mío se continúan sin límite. Pero ahora que te miro, que tu cuerpo es una estatua de la que me privo de tocarla por miedo a que desvanezca, te siento como una caja negra; esas manifestaciones singulares de tu descanso no son mas que una fachada a otros territorios insondables. Te siento ahora como algo ajeno en mi cama. Y hay algo aún más impenetrable, que es lo que sueñas. Yo creo que sueñas con que me miras dormido, y que soy yo y no vos quien está de espaldas a la cortina que dibuja un amanecer veronés.
Doy vuelta la cabeza. Encima del escritorio, unos cuantos papeles y libros abiertos me dicen que estoy en Rosario y que es viernes. El sonido del teléfono parece estar dentro de mi cráneo de hojalata. Escucho tus excusas. Me pregunto –incrédulo- si te veré en la tarde, porque te extraño y esta noche no he dejado de pensar en vos.

la vuelta a casa


Cuando llegamos, a la madrugada, nos miramos por un instante y pude sentir que en ese instante único, estábamos pensando lo mismo, sólo que ese pensamiento estaba tan alejado de nuestras conciencias que no pudimos plasmarlo en palabras. Entonces nos miramos, con esa rara expresión que se tiene cuando lo único que se comparte es el saber que se está pensando lo mismo.
Creo que con el tiempo intenté descifrarlo: en verdad el haber llegado de vacaciones a casi la misma hora de la partida, poco más de una hora más tarde pero siete días después, daba la sansación de habernos escapado durante la noche a uno de esos universos en donde el tiempo es más veloz que el nuestro, y en donde esos siete días cabrían perfectamente en esa hora, hora y media, de nuestro tiempo humano.
Por otro lado, haber llegado a la madrugada nos daba una suerte de chance, de bonus-track, porque la cotidianeidad dormía y en definitiva, el irnos a dormir con ella y amanecer con ella, iba a ser menos hiriente, menos doloroso que si hubieran existido los contratiempos.
El tiempo desgasta las sensaciones y con estas palabras no pude naturalmente llegar a ese pensamiento original. Sólo llegan a mí reminiscencias, cuando pienso en esas caras sonrientes, agitadas y vidriosas, la misma con que los niños miran a sus padres cuando se bajan de la calesita con ganas de otra vuelta.

crepuscular

Y ahora me he quedado solo, sobreviviendo en esta cárcel de minutos, ahogado por la incertidumbre, cabalmente ahogado por la incertidumbre. Tal vez no se haya ido y esté aquí, a mi lado, escuchando impávida mis pensamientos, con su piel cubierta de ceniza.
Mis pies sienten frío, mis piernas sienten frío, mi cuerpo siente frío. Sin embargo, gravita el dulce instante de estirar la sábana y dejarme encarcelar, por sobre todas las cosas. Pero es en vano refugiarse en esa mentira. Es en vano también juzgar la mentira, cuando no ha amanecido la realidad y aún no sé si son sus lágrimas las que palpo en la cama, aún no determino si es que su piel ha olvidado el perfume.
En la ceguera de los sueños y la vigilia, entre una confusión de comas y puntos, no logro convencerme de que es ella la que hace crujir con desgaire las hojas de la calle, y que son sus lágrimas las que pasan inadvertidas en la madrugada. No se puede saber la verdad en la noche, en las sombras, y fuera del tiempo. Es imposible asir el misterio en medio del misterio. Estoy condenado a dejarme llevar por los dictados oníricos; cautivo de mi nombre, mi nombre susurrado por el olor del río.
Todas las calles conducen al mismo lugar, a un destino indeclinable. Y ella se ha reflejado en mi rostro, y ha seguido caminando. Se va reflejando en cada instante y recuerda. Suelta una lágrima que siento sobre mi pecho, una lágrima que tal vez no refleja tristeza, no arrastra tan amargos sentimientos desde sus entrañas; es una gota de rocío, y sólo cae como una respuesta a lo arcano.
No puedo saber si ha olvidado las discusiones, los malos tratos, y las promesas. No puedo saberlo; por ahora me conformo con mirarla caminando en el borde del río, con su camisón color rosa pálido y sus movimientos tercos por el clima invernal.
Siento miedo, miedo de saber que los planes nunca concuerdan con la realidad, que fallan por sentimientos, por centésimas, por miradas, pero cambian. Pero esto es más que una premeditación, es un grito interno que ninguna piedra, ningún mundo puede callar. Todo este momento es más que esos cabellos arrastrados por el viento, es más que ese cuerpo frágil, es más que ese espejo recibiendo lágrimas de un rostro quieto y errante.
Y yo allí, anhelando locamente que ese final llegue, intentando rechazar la realidad, pero anhelándola al fin. Esperando a que el destino diga lo que ya sabía hace tiempo, agazapado ante el dulzor de verla caer, con los ojos cerrados.
Todo acaba allí, no es importante su cuerpo encallado sobre las rocas ni su sangre sorbida por la arena, sino que se haya lanzado, así, como siguiendo su propio camino, como si ella misma hubiese decidido caer.
escribo tu nombre como una forma
de habitar en ese incesante trote
que se hace llamar tiempo

igual que las naves de mi memoria
en este hueco inventado de la noche
quiero hacer de tu rostro
un canto más océano que el recuerdo

me gustan los relojes
siempre y cuando marquen cualquier hora

me gustan los relojes atrasados
como la luna

relojes rotos

Hoy me encontré con mi pasado. Él iba caminando, y sus pasos despertaban aromas idénticos a los de mi infancia. En sus ojos brillaban tantas estrellas como las que brillan ahora en los míos. Pero mis estrellas están aún lejos, y las que él tenía, yo ya las había vestido de realidad.
Entre segundos el viento sopló de súbito, y arrancó palabras de no sé qué bosque de memorias:
-¿Cambiarías algo? –me dijo con voz inocente- ¿algo de lo que fuiste?.
Sonreí apenas, mientras el sol pestañeaba en la tierra seca y los pájaros repetían sus últimas palabras.
-Si cambiara tu rostro –le dije- no te hubiera conocido. Si mutara tus estrellas, no me hubieras encontrado. No cambiaría nada pues mis logros y caídas forman el ser que soy.
Y enseguida, como despertando de un loco sueño, desdeñé la mañana. Pisé indiferente las briznas de recuerdos, aquellos que me habían emergido por un instante de los brazos de hiedra.
buen día
soy el que ha habitado en tu postigo de invierno
más de medio almanaque
con sus días
con sus noches
y sus lúgubres soledades

te presento a mi sombra
ella visita tus ojos
que se acurrucan cuando los miro
ella me cuenta
en qué piensas de qué ríes
y cuán suave se derraman tus pétalos
cuando entregas los párpados al sueño

buenas tardes
soy el muchacho tímido que aguarda
traigo en mis manos el suicidio de mis versos
que sangra tu lluvia
mi lluvia
nuestra lluvia
la lluvia que a veces odio y que a veces
despierta cadenas olvidadas

buenas noches
ya me voy
ya es tarde para golpear la puerta
tal vez mi llave haya sido fabricada en un mundo
tan lejano al tuyo tal vez
tu cerradura haya sido fabricada en un mundo
tan distante al mío
pero yo siento que nuestro destino es fatalmente hermoso
es más íntimo que este puñado de lágrimas calcinadas
es más infinito que este silencio que nos separa
es más inmenso

poema último

(a Alejandra Pizarnik)

Cuando despegó sus inocentes ojos de las páginas tostadas, aún quedaron bailando en su cabeza, las últimas palabras del poema. Mirando al cielo, se sintió presente en esa rebelión de anaranjados sobre el implacable ejército purpúreo.
Varias veces parpadeó y rozó sus pies sobre la arena húmeda y sintió el aire castigando su ser. El horizonte se bifurcaba entre el miedo y el repudio. El primero era defendido por el destino inexplorado, por la ausencia de un barco con las luces encendidas; el abogado del segundo era la realidad.
Su ira y su delirio, sostenidos por el olor a sangre entremezclado con la arena. En un intento físico por desprenderse del brazo de hiedra, descubrió las estrellas, como lágrimas que en ella no condensaban los recuerdos, las miradas. Eran veinte. Veinte negras mañanas de sol, veinte días sin retorno.
Sintió los cuchillos punzándole el alma. Sintió las piedras en la garganta. A lo lejos una orilla, y ella en su refugio, en su máscara, de pies en la cornisa, en su última inocencia.
Entonces comprendió que no tenía sentido esperar que un ávido buitre devore de a poco sus vísceras, no tenía sentido esperar esa muerte caucásica, si el destino era inapelable, por qué no hacer más valioso el puñado de versos que apretaba en sus manos.
De un sorbo bebió lo poco que quedaba del crepúsculo. Desplegó sus alas y voló. Tal vez, más allá del horizonte, haya encontrado un pájaro enamorado que la haya guiado hacia su despertar.
Una luna de septiembre y su reflejo, fueron los únicos testigos de la huida.

el aguacil

Marcos tiene entre sus dedos un aguacil que lo mira confundido. Se podría decir que son ahora dos aguaciles que se miran, son dos cosas que estúpidamente se miran, como si tuvieran la necesidad de decir algo con los ojos. El pequeño lo toma por las alas y lo intenta hacer andar, como si fuera un juguete. En efecto, no funciona. Apenas logra asir el dedo gigante (el dedo que hoy es gigante y mañana será un dedo liliputense), apenas puede sostenerse, y después cae. Marcos nunca había visto un aguacil con el cuerpo celeste, un celeste artificial que se pierde en el amarillo de la cola, y las dos bochas de pistacho con puntitos también celestes, le bastaban a Marcos para figurarse una suerte de marciano, con la misma cabeza y el cuerpo y las extremidades finísimas, un espécimen escuálido, skinny, que se retuerce entre las hojas de un libro. Resulta gracioso verlo sostenerse en una letra, aferrándose ahora a un “para”, un “dos”, un “triste”, una “muerte”.
Pero ese aguacil no muere para nadie más que para él, se transforma, ahora ya no es aguacil, sino aguacil muerto, y después será aguacil petrificado, y después quién sabe qué, pero nadie recordará su muerte (o su transformación), ni siquiera el propio Marcos. Pero él sí morirá, no estará exento de, pero superará el estadio de reciclaje que tiene la naturaleza con los objetos y los que se transforman en ellos, muchos lo recordarán cuando se muera, recordarán que hizo eso que llaman morir, y habrá muerto y punto.
Marcos piensa ahora en las cosas que pasan a su alrededor sin darse cuenta (la muerte del aguacil pone de manifiesto la existencia de otras muertes), le pican las humanas ganas de saborear un aleph, de asistir a todos los velorios al unísono, velorios de avispas, de mariposas, de asistir a todas las simetrías, todos los silencios.
Entonces descubre que el mundo sigue, que el reloj es el elemento que hace que el hacer y no hacer, ser y no ser, sean la misma cosa. Porque el tiempo sigue juntando piedritas, sigue galopando con su trote perturbador, con su trote de moscas que revolotean, se asientan y lo miran a uno con una quietud de venganza que le hace dar miedo, y es desde allí que uno le teme al tiempo.

susurros escalonados

No esperaba ese rostro. Los pasos de la escalinata descubrían abrazos agazapados detrás de la puerta. Pero no ha sido así. Lo que esperaba era tan real, sólo le faltaban veintiocho escalones para que se integrara al mundo. Lo olvidé. Ya sé que olvidé mis pies en el barro y volé. Pero vale la pena ¿no?. Tu me lo habías dicho, “es necesario volar a veces”. No tuve en cuenta los aterrizajes forzosos, no supuse que mutarían los susurros por gritos y las caricias por golpes. Sólo el llanto se mantuvo indiferente. Es el mismo que pisaba en los escalones.

No lo esperaba. Sinceramente no lo esperaba. Había navegado tan lejos, había arribado a las orillas del perdón. En realidad es cierto. Esperaba algo. Algunos círculos concéntricos, algunos temblores; pero no esta tormenta, no este revuelo de olas y espuma.

Ya sabía que no te iban a bastar mis excusas de trabajo, ni el maldito tráfico, ni la maldita lluvia. Pero como yo así comprendo entre estos escalones que ya has cenado, ya has apagado las velas, entiende que no es mi culpa. Tampoco la tuya. Pero son las circunstancias, y ahora debo soportar la dulce espina del último escalón, y el picaporte, y el quejido de la puerta. Mis ojos sueltan una lágrima que cae en el río y tiembla. Y siento un dolor intenso, un veneno invernal sobre mis huesos, un puñal que se solidifica en sangre y comienza a correr, a ser parte de este concierto de latidos alentados por un beso nocturno.

Yo lloro, apenas, pero ella no ha llorado. No ha cenado, siquiera. Mientras se pone un par de aros, me dice con los ojos que me ha extrañado, que no ha dejado de pensar en mí.